El pincel del arquitecto
Cuando las ideas para crear ARKollective empezaron a madurar, varios aspectos se fueron alineando como estructurales para su concepto de blog de arquitectura. El mas importante de ellos fue asumir que la arquitectura es una disciplina y una profesión con muchas caras. Unas profundas y complejas, otras llanas y sencillas. Y que habría que hablar de todas ellas.
El reconocido arquitecto portugues, Manuel Taínha, solía decir que el arquitecto es el “albañil que aprendió latin”. Y no es ninguna mentira, porque el que trabaja en la arquitectura suele vivir en esa dualidad, entre ladrillos y el história del arte, entre brochas y las ciencias humanas.
Otro de nuestros objetivos fue buscar colaboradores que fueran la cara de la complejidad y la paradoja en la vida y profesión del arquitecto. Después de muchos años de estudio, no son pocos los aprendices de la profesion que se dedican a la enseñanza, a la escrita, al diseño, a la pintura, al inmobiliario o a algo que nada tiene que ver con lo que han estudiado. La dimensión artística, científica y humanista de la disciplina así lo permiten.
Y es en esa encrucijada que nos encontramos con Luis Esteban Polo, arquitecto de formación y pintor por llamamiento. La obra pictórica de Luis Esteban es amplia y diversa, pero en ella se leen fácilmente las marcas de la mirada de un arquitecto. Es un trabajo que se construye sobretodo en el filo de lo corpóreo y lo intangible, entre muros que parecen cielos o edificios que se deshacen en nubes. Es sobre ese muro tan concreto e invisible, que separa el mundo palpable del de la sensibilidad, donde se equilibra su abordaje.
En el trabajo de Luis se pueden leer muchas veces la tensión visual entre la bidimensionalidad forzada de la obra pictórica y la espacialidad de los lugares que retrata. Escenarios urbanos que casi pierden su tercera dimensión y se transforman en telón de fondo y dibujan los límites para el protagonismo de la figura humana.
Esto nos trae a los trabajos de Luis Esteban que aquí presentamos, Fez y Les Hommes Libres. Ambos son, en mi opinión, ejemplares de la óptica del pintor-arquitecto (o vice-versa) por tres razones.
Primero, por tener una clara lectura sociológica del contexto humano al basarse en una circunstancia real, producto de la actividad humana, son historias reales sobre la gente; segundo, porque hay una clara lectura del lugar, en que o se exploran sus cualidades estéticas y compositivas o su misma lógica espacial y, por último, la forma de representación que a veces bebe mucho de los grafismos habituales del dibujo arquitectónico, sea de fachadas (alzados) o plantas.
Luis Esteban vivió más de 10 años en Marruecos, país cuya realidad me parece le ayudó mucho a potenciar su dedicación a la pintura, en cuanto mantenía paralelamente su actividad como arquitecto. En esos años, su obra se multiplicó en numero, tecnicas, formatos, soportes… Una tierra compleja que puede ayudar a uno a revelarse y descifrarse, mientras busca entender lo que aun desconoce, acercándose cada vez más, a aspirar ser un hombre libre.
“Cada pintura nace de ideas, emociones o necesidades, pero nunca de principios”.
Luis Esteban
Fez
”En Fez descubrí una paleta gigante. Los tintes de Fez son el ejemplo arquitectónico de eso, el pigmento artificial en bruto y a lo grande. Aquí empezó una constante que he seguido en mi obra, la figura en su fondo (En un principio perspectivo y finalmente plano). Alguien me dijo que lo que yo hacía era REALISMO METAFÍSICO. Es cierto que los seres que aparecen en mis cuadros aun saliendo de este mundo parecen querer pertenecer a otro.”
Les Hommes Libres
”Tratan los cuatro lienzos una paradoja que descubrí en la medina de Rabat. Se superponen dos muros, el de la realidad y el del lienzo que lo representa. El de la realidad se corresponde al cerramiento lateral del mercado central de verduras de la ciudad. En su parte superior se abren unos huecos, que dejan de ser huecos para ser símbolos. Son los vigilantes abstractos de los protagonistas que cada día se dan cita en este lugar. “Les dáctilos et les plombiers”, humanos al límite del ser y del no ser.”
A proposito del proceso que desagua en la obra Les Hommes Libres, Luis Esteban escribió:
Con el bloc bajo del brazo y la mochila al hombro, caminé sin rumbo, o al menos con un rumbo mucho más perdido que el de los medineros, Un acuarelista en busca de sus bisontes es más que un extraño en todo este circo, pero os prometí desde el principio que no soy yo el que debe de hablar de mí mismo, eso se lo dejo a los antropólogos.
El mercado central de Rabat, rompe la monótona muralla que comienza en el Bouregreg, pero luego vuelve a aparecer para encontrarse con la otra muralla que cierra la ville nouvelle, En el encuentro entre estas dos extramuros se abre la plaza de Bab al Had, La puerta del domingo.
Antes de pasar a ese desahogo se abren unas puertas sobre la muralla de tapial , son chiringuitos, baratillos, más de lo mismo… Atravieso uno de ellos, DEL SOL A LA SOMBRA COMO SIEMPRE EN MARRUECOS, Y AL FINAL DEL HUECO LA LUZ, Y LOS HOMBRES EN CLARO OSCURO… Sigo caminando por ese túnel que te hace pensar estar atravesando la muralla durante un largo lapsus de tiempo, pero no debe de ser solo la muralla lo que atraviesas, al final esas sombras se van haciendo perceptibles, el pasillo se hace un patio, una claraboya que ilumina un restaurante De entre las sombras surgió un simpático bigotudo Marroquí. Aún recuerdo la sonrisa del camarero regalándome su corazón, una plaza vacía entre las sillas y mesas. Yo tenía hambre y mala leche o viceversa. No pude evitar, el acostumbrado y aburrido agasajo marroquí, el corazón nunca está blindado en Marruecos, ellos lo saben.
Me senté, me trajo otra carta de plástico grasienta, le pregunté que si podía beber té y sólo té, para irle calando, pensando para mis adentros, Sólo con que me ofrezcas cobijo me estas ofreciendo todo, y así me atendré a tu intercambio.
Bien sûr, comme vous voulez! Aquí , tu español, y yo hermano, España y Marroco hermanos, Barça, Madrid, Joyas!!! A los dos minutos tenía el té en la mesa…
La luz blanca que iluminaba las silluetas procedía del escenario que tenía en frente. Un muro ensuciado de tiempo se alzaba con justicia hacia el cielo para encerrar el histórico teatro que allí acontecía cada día. Su prolongación junto con toda una hilera de chiringuitos en penumbra enfrentados a él, definía la calle en la que me encontraba, y entre el muro y yo, esos seres sorprendentes…
Eran como pompas flotando en el espacio a la vez sujetas a él por las riendas de su attrezzo. Intenté dar sentido a lo que estaba presenciando echando mano a mis manidas referencias, tal vez estos personajes eran los miembros de una agrupación teatral. Sin embargo el lirismo del lugar se mezclaba con su elegante suciedad, y afortunadamente todo quedaba suspendido sobre la tierra. No eran seres de cuento ni de fábula, sino seres tan reales como vosotros o como yo, en el fondo ángeles de carne y hueso que trataban de enseñarnos su alma.
A partir de este momento me desnudé inconscientemente de todo incluido los malos momentos y las reflexiones intelectuales. Me percaté de que la esencia de lo que se me brindaba eran sonrisas y para celebrarlo llamé al simpático camarero que con un gesto de complicidad adivinó en mi rostro la alegría y le pedí una ración de pescado. Saqué de mi mochila el estuche de acuarelas, todos los números de pinceles, los frascos de agua y coloqué el bloc encima de la mesa. En diez minutos ya estaba servida una bandeja de fritura.
Comía pescado y a la vez dibujaba. La emoción me hizo perder la cabeza y confundiendo el frasco de pintura con el vaso de agua, mojé el pincel en la bebida. Sin ningún rigor comencé por lo que más me atrajo. De toda esta serie de personajes angelicales que poblaban el callejón, a mi lado le correspondieron tres. Los dos más próximos enmarcaban en primer plano al tercero que se colocaba al fondo contra el muro. Se sentaban a la sombra de sus inmensos parasoles playeros suspendidos en el aire por unos invisibles mástiles que se anclaban a las rústicas mesas con ruedas de fabricación casera. Encima de estas se apoyaban dos máquinas de escribir. Uno de ellos, a mi izquierda el anciano Monsieur Griadi apoyaba los brazos sobre la mesa con las manos cruzadas y el torso inclinado hacia delante dejando caer su cabeza cubierta con la TIPICA visera marroquí. Meneaba la cabeza lentamente de izquierda a derecha. En uno de estos vaivenes se percató de que le observaba, pero su timidez y la mía nos desviaron de nuevo las miradas. Luego recordé su rostro, y lo primero que me vino a la cabeza fue el magistral retrato de Góngora pintado por Velázquez. Volví a mirarle y me di cuenta de que estaba ante el propio Góngora, pero ahora el genio del siglo de oro portaba dos máquinas de escribir y vivía en Marruecos. A su derecha el otro, Monsieur Mohamed mucho más joven que el anterior, así los mostraban sus Ray Ban y una visera mucho más chic. En el momento en que le observaba este se encontraba ocupado rodeado de una familia marroquí transcribiendo algún manuscrito legal. Supongo que el documento en cuestión debía de ser algo bastante serio por las caras de circunspección de los clientes. Decidí ponerles a ambos un mote, Góngora al primero, y a este Quevedo, en el fondo estos personajes pertenecían a una generación.
Al fondo contra el muro, el tercer personaje se sentaba en una silla de camping a la sombra de un paraguas gris atado a un artefacto de construcción casera de extremada elegancia. Ambos permanecían exentos pero de lejos era indiscutible que compartían una entrañable e inseparable amistad. Esta combinación de hombre-aparato me pareció la mejor expresión de equilibrio con la que me había encontrado en la medina hasta el momento. El útil se apoyaba en el suelo mediante un soporte horizontal compuesto por dos barras unidas por otra de la que nacía una delgada tubería blanca ascendente. Esta crecía hasta ensamblarse a una ramificación en forma de cuernos. Una de las astas remontaba para ser cubierta por un cilindro de plástico del que finalmente emergía contorsionándose y rematándose en forma de grifo. La otra apuntaba en la dirección del palo del paraguas alcanzándole para atarse a él a la atura de su mango. Poco antes de este nudo, otro codo enganchaba otra tubería horizontal y cerraba las dos astas generando un cuadrado perfecto con sus vértices redondeados. De lejos, el artefacto se parecía a un rompecabezas espacial sin solución, una verdadera escultura dadaísta. La pregunta que me hacía es ¿para qué sirve? De la barra horizontal colgaban alambres, Entre el hombre y el artefacto se esparcía sobre el suelo una colección de quincalla y de objetos inútiles.
El camarero se me acercó en el momento en que le retrataba y le pregunté:
-¿Quién este hombre?
-Alkader, me respondió.
Su indumentaria era tan elegante como el artefacto de lo cual se deducía que él mismo lo había diseñado. De Alkader no se puede olvidar su porte. Sentado con la cabeza erguida, una pierna cruzada sobre la otra y las manos apoyadas sobre sus rodillas, mirando de un lado a otro de la calle con lentitud. Su cráneo severo, clásico y esbeltamente amelonado con unas entradas marcadísimas, sus sienes, sus pómulos. El busto más africano que árabe de negritud resaltada por la sonrisa. (…)
Rabat, Abril de 2010.










One thought on “Los Hombres Libres”